Materiales



Una mirada a los procesos formativos de la danza desde mi práctica



Por Armida Isabel Meriño Bolaño
Estudiante de Profesionalización en Danza
Presentado a la profesora Mónica Lindo



El filosofo  griego Heráclito de Efeso  afirmó que el fundamento de todo está en el cambio  perenne; todo cuanto existe se transforma, y precisamente de esa manera de concebir el mundo surgió su célebre frase: “Todo fluye, todo está en movimiento y nada dura eternamente”.  A esta realidad no se escapa la danza. Como práctica social la danza ha estado presente en la historia de los pueblos, experimentando “una larga evolución paralela a los cambios sufridos por la humanidad a través de las diversas épocas o períodos de civilización”[1] 

En Colombia la danza ha ido avanzando desde sus diferentes dimensiones: arte, educación, ocio y terapia.  Así mismo, los procesos formativos han ido cambiando como producto de las políticas públicas en educación y cultura, así como de las nuevas demandas sociales. “Cada momento histórico trae consigo formas particulares de abordar los procesos educativos y, en particular, la educación corporal[2].  La forma como se enseña hoy dista mucho de los métodos utilizados hace 30 ó 40 años.  La exploración de metodologías pedagógicas que contribuyeran al mejoramiento de los procesos de formación artística, gestadas desde la educación formal a fin de cumplir con lo establecido en las políticas educativas, terminó haciéndose extensiva a la educación no formal y a la educación para el trabajo y el desarrollo humano.

Hace 30 años la formación que se recibía en danza en la básica secundaria y media vocacional era basada en el modelo pedagógico tradicional, donde el docente era el portador y transmisor del conocimiento y los dicentes unos receptores que aprendían por imitación. Este era un modelo poco dinámico, donde el coreógrafo es la autoridad, por tanto la relación docente-dicente es vertical.  El método utilizado era de clase magistral y el “mando directo (el profesor transmite un conocimiento a partir de unas acciones[3])”. El coreógrafo era quien tenía el  control absoluto del proceso de enseñanza; era él quien organizaba y programaba el conocimiento, adoptando una actitud un poco autoritaria y en ocasiones distante. La disciplina y la obediencia eran fundamentales; los estudiantes, quienes eran agentes pasivos, recibían una instrucción, imitaban los movimientos y repetían una y otra vez la secuencia coreográfica hasta memorizarla. La tendencia formativa en el país tanto en la educación formal como en la no formal era pues netamente instruccional hasta hace unos pocos años.

Hoy, a pesar de que muchos coreógrafos continúan utilizando el modelo pedagógico tradicional, sobre todo para las puestas en escena con niños, otros maestros y coreógrafos se han abierto a darle participación a adolescentes y jóvenes en la creación de propuestas coreográficas, lo cual significa un avance en la metodología educativa.



La maestra Mónica Lindo en su libro El proceso de formación en danza[4], plantea que  

“las acciones formativas que se enmarcan en los modelos pedagógicos participativos, devenidos de la llamada Investigación Acción Participativa, de la pedagogía crítica, proponen ciertos métodos que posibilitan que tanto docente como estudiante sean actores protagónicos de su proceso formativo. El modelo pedagógico participativo promueve el desarrollo de talleres de auto investigación, los cuales comprenden la realización de unos pasos que conllevan al desarrollo del pensamiento crítico y propositivo.”  

Es importante anotar que, en la nueva generación de coreógrafos, algunos no tienen claridad si sus acciones pedagógicas están enmarcadas dentro del modelo pedagógico participativo o constructivista, pues lo que aplican en sus escuelas lo hacen de manera empírica o porque lo aprendieron cuando eran bailarines observando a sus mentores. De sus maestros asimilaron sus coreografías, técnicas, ejercicios, ritmos y movimientos y lo fusionaron con su percepción del mundo y con su concepto de cuerpo para crear un estilo propio.

Por otro lado están los que han recibido formación en pedagogía y tienen claro cuál es el modelo o patrón conceptual  que dirige el proceso de enseñanza-aprendizaje de sus escuelas, al igual que la metodología educativa, entendida esta como aquella que indica al docente qué herramienta, método o técnica de enseñanza puede utilizar teniendo en cuenta las características del grupo[5].

En cuanto a la técnica podría afirmarse que todas las escuelas de danza manejan su propia técnica para el desarrollo de las destrezas y la virtuosidad en sus bailarines, independientemente del género en el cual hagan énfasis. Sin embargo,  en la enseñanza de las danzas folclóricas sería interesante que se lograra la codificación de los movimientos para el acondicionamiento físico, partiendo de la identificación de elementos comunes de las danzas de acuerdo a la región a la cual pertenezcan, para lograr la creación de un método de entrenamiento para danzas folclóricas colombianas, validado por los agentes de la danza.

En el ámbito educativa oficial la danza tiene como finalidad el desarrollo integral del estudiante, pues a través de ella se contribuye al desarrollo socioafectivo, creativo y motor de los estudiantes.  “La pedagogía danzaría escolar propende por la formación de niños y jóvenes en la adquisición de técnicas creativas y destrezas que contribuyan a un mejor individuo”[6] más crítico y creativo; sin embargo, esta no siempre se logra pues en muchas ocasiones la enseñanza de la danza ha estado “al libre albedrío de quien la dicta”[7] (docentes de educación física, educación artística u otros). 

Cristian Pacheco, en su libro La danza tradicional en el aula, plantea que el docente encargado del proceso de formación artística en danza ha creído que el desarrollo del área debe dedicarse única y exclusivamente al montaje de danzas y juegos coreográficos casi de manera artesanal, sin trascender al nivel del conocimiento artístico en lo académico y en lo conceptual (que es lo que permite que el estudiante desarrolle elementos críticos y creativos). Su enseñanza se limita a las escasas horas que son empleadas para preparar las coreografías que se presentarán en las celebraciones y actos cívicos de las instituciones educativas, dejando de ser una práctica que estimule la creatividad, la sensibilidad, los valores estéticos, etc., y el medio propicio a través del cual se genera conocimiento, se transmiten las tradiciones y se crea el aprecio por el patrimonio cultural inmaterial.   A pesar de que Colombia es un país que baila, en el ámbito educativo,  de todos los lenguajes del arte, la danza es la que menos presencia tiene.

En el Plan nacional de danza para un país que baila se plantea la necesidad de articulación entre los sectores de educación y cultura , ya que una de las debilidades que tiene la danza en nuestro país está relacionada con la ausencia de acompañamiento a la formulación de contenidos en la formación para las artes,  la poca vinculación de expertos del área al sistema educativo, los escasos intercambios institucionales, la baja existencia de programas formales en el área y el desconocimiento del sector educativo sobre las particularidades de las prácticas artísticas. Así mismo, se sumaría a este listado la subvaloración de la danza como consecuencia del desconocimiento de los aportes que hace el arte danzario al desarrollo integral de los niños, niñas y adolescentes, lo cual se constituye en un problema estructural.

Aunque la danza ha ido ganando terreno aún falta mucho camino por recorrer para lograr el reconocimiento y la valoración que se merece. Desde la institucionalidad  es necesario seguir fortaleciendo los procesos de formación artística en danza, lograr la articulación entre la Secretaría de Cultura y la Secretaría de Educación  y trabajar en el diseño de un plan de estudios que oriente los procesos formativos de la danza en el departamento del Atlántico. 


Barranquilla, diciembre de 2017




Webgrafía





Bibliografía


  1. -       Lindo de las Salas, Mónica (2015). Los procesos de formación en danza. Una mirada a la   enseñanza de los procesos de la danza. Primera Edición.
  2. -       Pacheco Arrieta, Cristian (2015). La danza tradicional en el aula.  Primera edición 2015
  3. -       Plan Nacional de Danza 2010-2019. Ministerio de Cultura



[1] Tomado del artículo: La danza como elemento educativo en el adolescente. http://www.raco.cat/index.php/ApuntsEFD/article/viewFile/301902/391518
[2] Tomado de Hacia un modelo ideal de la enseñanza de la danza: http://revistas.elheraldo.co/latitud/hacia-un-modelo-ideal-de-ensenanza-de-la-danza-137674.
[3] Lindo de las Salas, Mónica (2015). Los procesos de formación en danza. Una mirada a la enseñanza de los procesos de la danza. Primera Edición. Pág 55
[4] Lindo de las Salas, Mónica (2015). Los procesos de formación en danza. Una mirada a la enseñanza de los procesos de la danza. Primera Edición. Pág 58 y 59.
[5] Tomado de: https://es.scribd.com/doc/93417833/metodologia-educativa
[6] Lindo de las Salas, Mónica (2015). Los procesos de formación en danza. Una mirada a la enseñanza de los procesos de la danza. Primera Edición. Pág 61
[7] Pacheco Arrieta, Cristian (2015). La danza tradicional en el aula.  Primera edición. Pág 121.






 //////////////////////////////////////////////////////////////////////////



EL FANDANGO. ESPACIO DE RESISTENCIA, CREACIÓN Y  LIBERTAD

Por: Nubia Flórez Forero
Antropóloga
Magister en Investigación Social Interdisciplinaria
Docente del  Programa de Danza
Facultad de Bellas Artes
Universidad del Atlántico

Resumen
Esta ponencia muestra como en torno al fandango se construyó una matriz cultural americana que incluye: lo musical, lo dancístico y lo festivo, esto como resultado de un intenso intercambio cultural que fue propiciado por el encuentro de las diferentes culturas en América, las culturas originarias, las culturas africanas esclavizadas y las culturas de los colonizadores.

El Fandango como matriz cultural dio  origen a muchos ritmos musicales y dancísticos, a lo largo de toda América, en cada región en dónde subsiste, el nombre suele ser el mismo para la danza, la música y la fiesta. Como matriz cultural fue la primera de este género creada en América a partir de intensos intercambios culturales, es más que danza y música, comprende un espacio festivo y un tiempo ritual y permitió a los pueblos oprimidos y despojados en medio de condiciones adversas, resistir y crear.

Palabras claves: fandango, tambor, indígenas, esclavo, conquistador, intercambio cultural, música, danza, fiesta, conquista y colonización.

  
A mi bisabuela paterna Fermina Bustamante,
alfarera de profesión y bailadora de fandango
por vocación.



Introducción.

Las migraciones no son exclusivas de la especie humana, todo lo vivo se mueve, en busca de agua, de sol, de alimento, de especies, de oro.

¿Quiénes fueron, verdaderamente, los conquistadores que llegaron a América? Los conquistadores, al igual que los conquistados, eran múltiples y diversos: judíos, moros y gitanos. En el siglo XV llegaron a España  los gitanos que venían de oriente y se establecieron en Andalucía, mientras que  los moros,  oriundos del África septentrional, habitaron  la península desde el siglo VIII hasta el XV, dejando su marca cultural y su descendencia en tierras españolas, a pesar de ser vencidos y expulsados en 1492;  muchos de ellos se quedaron, renunciando a sus creencias y a su fe musulmana, y otros decidieron embarcarse en naves que los llevarían a destinos desconocidos. También los judíos que habitaban en España  fueron expulsados y perseguidos por los reyes católicos y el tribunal de la inquisición, mientras que las tierras de América se convirtieron en un excelente destino para aquellos que huían hacia cualquier parte; a México, Honduras, Nicaragua, Colombia, Costa Rica, Panamá, Cuba, Chile y Perú llegaron acompañando  a los conquistadores españoles y portugueses. Entre los vencedores y los vencidos se construyeron lazos irrompibles, que luego fueron protegidos con pactos de silencio, licencias y omisiones, que les permitirían unirse a las tripulaciones. Subir a los barcos era una  forma segura de escapar, y la naves que venían al nuevo mundo traían, además de la espada, la cruz y las enfermedades, una multiplicidad de pueblos, con sus músicas, sus instrumentos, sus cantos y sus danzas, pueblos que llegaron para quedarse, para mezclarse  y para transformar el rostro y el alma de tres continentes: Europa, América y África.

Las rutas y aventuras  de esos navegantes,  su afán de moverse, de lanzarse al océano como al vacío, de perseguir sus sueños de una vida nueva, y sus encuentros y desencuentros en un nuevo mundo, son  historias que todavía están por contarse…y nosotros queremos contribuir con este grano de arena… poco sabemos de los verdaderos motivos que tuvieron hombres como Rodrigo de Bastidas, Pedro de Heredia, Pedro de Vadillo, Pedro Fernández de Lugo y Sebastián de Belalcázar, para llegar en el siglo XVI hasta las costas de lo que hoy conocemos como Colombia, y sabemos todavía menos sobre sus tripulaciones, quienes seguramente no eran tan blancos ni tan españoles como la historia nos lo ha hecho creer. El reinado de los reyes católicos unifico y reunió en su seno una gran diversidad de pueblos, de lenguas, de músicas y de danzas, y en la España del siglo XVI ya convivían judíos, moros y gitanos, con los súbditos de la corona… andaluces, aragoneses, asturianos, canarios, castellanos, extremeños, gallegos, vascos y murcianos, entre otros.

Se habla continuamente del encuentro de dos culturas en América: la española y la indígena, pero  la realidad es más compleja de lo que nos han enseñado: los siglos XV y XVI fueron  tiempos de un intenso intercambio cultural entre pueblos de los tres continentes: África, Europa y América. Un intercambio marcado por una fuerte exclusión social, una vulneración de todos los derechos humanos y una constante persecución religiosa. Tiempos difíciles en un mundo dividido entre poseedores y despojados.

El Universo festivo de los desposeídos, un escenario de resistencia.

Siempre me ha interesado el espacio festivo,  su poder liberador y creativo, y con frecuencia pienso en los puertos del nuevo mundo en los siglos XV, XVI Y XVII, en ese gran número de personas (de diferentes rincones del mundo) descargando y cargando barcos en los que compraban y vendían mercancías, y pienso también en sus momentos de ocio en los que intercambiaban, además, juegos, cantos,  risas y bailes que los ayudaban a soportar y a resistir las extenuantes jornadas de trabajo.

Con la llegada de los esclavos a nuestro continente a finales del siglo XVI, se intensifico la actividad de sus puertos, y la ciudad de Veracruz en México y Cartagena de Indias en Colombia, fueron escogidas como base principal para el comercio de esclavos. La mayoría de ellos eran enviados a trabajar en las minas de oro, otros se emplearon para el trabajo doméstico, preferiblemente mujeres, y un gran número de esclavos se destinó para el trabajo de boga en las embarcaciones que llevaban las mercancías al interior del país remontando el río Magdalena, la vía principal para el comercio y el transporte en Colombia.

La ciudad de Cartagena de Indias, fundada en 1533 y poblada inicialmente por españoles e indígenas, vio como el rostro de su población se iba transformando para finales del siglo XVI con el aumento del comercio esclavista; se llenó de negros  y mestizos y podríamos afirmar, sin lugar a dudas, que fue la primera ciudad de Colombia que vivió un intenso intercambio entre culturas.  Más allá de la trillada frase de las tres culturas (blanca, negra e indígena), hoy sabemos que el caldo que allí se cocinaba tenía muchos más ingredientes: moros, gitanos, judíos, castellanos, canarios, asturianos, extremeños, angoleses, guineanos, tayronas, zenués, mokanas, entre otros muchos pueblos, siendo predominante la presencia de negros y mulatos. [1] El proceso de “mulatización”, como lo llama el historiador Vidal, tiene su explicación en el hecho de que pocos conquistadores venían acompañados de sus propias mujeres, y lo normal era encontrar en los puertos a hombres solos rodeados, no de mujeres blancas, sino de indígenas y negras… quienes a pesar de las prohibiciones religiosas llegaron un día a conocerse, “en definitiva, al igual que Veracruz y Portobello, Cartagena de indias era un puerto de un entrecruce racial asombroso” [2]

Llama poderosamente la atención el  tema del mestizaje cultural que se iba a vivir en esta ciudad, y que luego se replicaría en los pueblos y ciudades de las Costas del País. Los trabajos a los que se dedicaba la población negra dentro de las casas, estaban principalmente relacionados con las actividades domésticas como la cocina, limpieza, cuidado de animales y de niños, pero también se dedicaban a actividades agrícolas, labores del puerto y a la construcción de fortalezas, casas y caminos. Gracias al contacto con los amos, fueron aprendiendo las profesiones artísticas y artesanales, la herrería, joyería, carpintería, zapatería, costura, pintura y música, y el profesor Vidal cita el relato del licenciado Juan Méndez Nieto, quién en 1607 nos cuenta:

“En el tiempo en que iba y venía en la flota del Nombre de Dios, llevaba conmigo para mi servicio mi negra “la cantora” , que fue de más precio y mejor habilidad que ha habido en Indias, y aún creo en todo el mundo, porque además de ser criolla, bien entendida y hablada, de edad de 25 años, grande costurera y lavandera, cocinera y conservera, tenía una voz más que humana, mediante la cual y su buena habilidad vino a ser tan diestra en el canto del órgano que no le hacían ventaja los seises de Sevilla”. [3]


La referencia del licenciado Méndez Nieto, a los seises de Sevilla, nos provee de una preciosa información respecto a las formas de intercambio cultural con relación a la música y específicamente al canto. Se refiere a los seises de Sevilla, una práctica que se hizo común después de la Reconquista de Sevilla, la cual se trata de mozos de coro, niños cantores y acólitos que acompañaban la liturgia con cantos de órgano (cantos escritos). ¿Dónde y porque aprende una negra esclava estos cantos?

La cotidianidad en la ciudad de Cartagena de Indias giraba principalmente en torno a dos actividades: el trabajo y la religión. Dado que el trabajo era una actividad que desgastaba y agotaba físicamente a la población esclava, indígena y mestiza, las celebraciones religiosas se convirtieron en el espacio que ofrecía un tiempo de alivio y de descanso.

Y es allí, en este espacio - tiempo religioso, dónde va a empezar a desplegarse el dispositivo cultural de resistencia a la opresión por parte de los desposeídos.

Michel Foucault nos habla de cómo el poder no es una institución, ni una estructura, es el nombre que se presta a una situación dada, un dispositivo que se despliega  y en dónde hay poder, también hay resistencia.[4] Siguiendo a Foucault, queremos examinar los mecanismos de poder y de resistencia, de dominación y de control, que llevaron al surgimiento del espacio festivo de los desposeídos.

En el caso de la conquista del Nuevo Mundo, el opresor activa su dispositivo de poder desde el momento en que se enfrenta a los pueblos indígenas, y con ayuda de la religión hacen saber a los vencidos que deben someterse, y que no hacerlo  puede no menos que costarles la vida.

“1511, Yara: Hatuey

En estas islas, en estos humilladeros, son muchos los que eligen su muerte, ahorcándose o bebiendo veneno junto a sus hijos. Los invasores no pueden evitar esta venganza, pero saben explicarla: los indios, tan salvajes que piensan que todo es común, dirá Oviedo, son gente de su natural ociosa y viciosa, y de poco trabajo… Muchos de ellos por su pasatiempo, se mataron con ponzoña por no trabajar, y otros se ahorcaron con sus propias manos.

Hatuey, jefe indio de la región de Guahaba, no se ha suicidado. En canoa huyó de Haití, junto a los suyos, y se refugió en las cuevas y los montes del oriente de Cuba.

Allí señaló una cesta de oro y dijo:

-          Éste es el dios de los cristianos. Por él nos persiguen. Por él han muerto nuestros padres y nuestros hermanos. Bailemos para él. Si nuestra danza lo complace, este dios mandará que no nos maltraten.

Lo atrapan tres meses después.

Lo atan a un palo.

Antes de encender el fuego que lo reducirá a carbón y ceniza, un sacerdote le promete gloria y eterno descanso si acepta bautizarse. Hatuey pregunta:

-En ese cielo, ¿están los cristianos?

-Sí.

Hatuey elige el infierno y la leña empieza a crepitar.”[5]


El proceso de colonización no puede entenderse sin el proceso de evangelización, porque someterse incluía aceptar la ley los vencedores y la ley del Dios de los blancos, quienes para desplegar su dispositivo de poder en las colonias derribaron, destruyeron e incendiaron templos durante la primera etapa de la conquista, a la que le seguiría una época más compleja que estuvo a cargo de las órdenes misioneras de los franciscanos, dominicos, agustinos y jesuitas quienes traían, como tarea importante, utilizar  todas las estrategias posibles, incluida la intimidación y el miedo, para atraer y convencer a los indígenas de abrazar la fe cristiana.


“…Para los conquistadores en general los indígenas eran seres inferiores y justificaban por ello el uso de la violencia. En cambio para los eclesiásticos está visión era censurable y controvertible puesto que les reconocían ciertos grados de sociabilidad y cultura.”[6]


Frente a la resistencia de los indígenas para convertirse al cristianismo, los misioneros utilizaron hábilmente, y con relativo éxito, algunos elementos de los rituales indígenas, como sus cantos y danzas, y esto fue sumado a las tradiciones festivas regionales  de los misioneros, sin otro fin que replicar en América  el calendario festivo religioso de España, y convencer a los vencidos de participar activamente en éste, ofreciéndoles a cambio la oportunidad de disfrutar  de espacios de no-trabajo, de cantar, danzar, tocar algún instrumento, representar misterios o pintar altares e imágenes, lo cual era mucho mejor que trabajar en las minas, en las plantaciones y en las  Haciendas. Y fue así que comenzaron a aparecer fusiones de vírgenes y santos en toda América a quienes rendir culto y, sobre todo, a quienes celebrar y festejar; no existió una lucha de símbolos, los desposeídos sabían que toda batalla sería inútil, y prefirieron acoger el engaño: asimilar sus dioses a los dioses de los opresores fue parte de su dispositivo de resistencia al poder religioso.

En 1610 se estableció en Cartagena de Indias el tribunal de la Inquisición, el cual desplegaría de nuevo el dispositivo represivo de la religión católica, y es en ese momento cuando el dispositivo de resistencia de los oprimidos se activa con el fin de ocultar y mimetizar cualquier rasgo de los cultos religiosos ancestrales, tanto indígenas como africanos, los procesos de transmisión se impactan y muchos ritos desaparecen mientras que otros se transforman para pasar inadvertidos a los ojos de los inquisidores.

¿Dónde guarda la memoria aquello que debe… pero que no quiere olvidar?

Los dispositivos de resistencia constituyen la otra cara del poder, las resistencias están distribuidas de manera irregular: los puntos, los nudos, los focos de resistencia se hallan diseminados con más o menos densidad en el tiempo y en el espacio, de manera colectiva e individual, encendiendo algunos puntos del cuerpo, ciertos momentos de la vida, determinados tipos de comportamiento.[7]

Indudablemente, en ese momento el cuerpo se convierte en un repositorio de la memoria, y en un territorio peligroso, lo que sabían los sacerdotes, y por eso siempre le ha temido al cuerpo. Ya lo escribía Petrarca en el Siglo XIV: “El cuerpo cubre el ánimo y lo descubre porque la agitación de las manos, el ojo errabundo y lascivo, revelan la existencia en el ánimo de aquello que en el exterior no se ve…el moverse, el sentarse, el gesto, la risa, el pasearse y el conversar son señales del ánimo.”[8]

Pero no era sólo esto lo que preocupaba a los sacerdotes en el Nuevo Mundo. Algunos de ellos eran permisivos y otros restrictivos con las prácticas danzarías,  porque a pesar de contar con un fuerte dispositivo de poder y represión, le era imposible a la iglesia erradicar la danza, y por eso decide utilizarla y, en cierto modo, intenta reglamentarla.

La danza era más peligrosa que las rebeliones…pero ¿en dónde estaba su poder? ¿Qué podía suceder tan peligroso para el orden colonial? ¿Que amenaza encarnaba  un cuerpo casi desnudo, cansado y maltratado que se movía al son de un tambor? El riesgo era que este cuerpo se comunicaba sin hablar y construía con otros cuerpos lo que Nietzsche llamó “colectividad de almas numerosas”, la verdadera esencia de la danza.[9]

La danza forma parte de los lenguajes no verbales, por medio de ella los oprimidos se comunicaban y entraban en contacto, lo que no podían hacer en otro contexto, y además podían regresar colectivamente al tiempo mítico a través de la comunión del ritual, el cual les permitía escapar de un mundo de opresión y retornar al tiempo del no tiempo, al tiempo sagrado, al tiempo del origen.

En el caso de las danzas indígenas, estas sobrevivieron sumándose a las representaciones de los Auto sacramentales, representaciones españolas que llegaron a América con los misioneros y que estos mismos se encargaban de organizar en las iglesias, los monasterios y los conventos, con ocasión de ciertas festividades católicas como el Corpus Cristi, la Natividad y la Pascua. Estas festividades servían de pretexto para la interpretación de textos santos, siempre con el montaje de altares, tablados, procesiones, carros y la ejecución de instrumentos nativos y danzas, todo esto al servicio de un texto y una trama religiosa  ejemplarizante, dónde el bien triunfaba siempre sobre el mal y los vencidos además de ser derrotados, eran convertidos a la fe cristiana. Casi siempre el acto era clausurado con un gran baile en el atrio de la iglesia.

En el caso de la población negra y mestiza, las fiestas religiosas también ofrecieron este espacio de permisibilidad para la danza y la música, y al finalizar la fiesta, después de las representaciones y procesiones, era permitido realizar un fandango, como lo describían en Cartagena en el año de 1770:

“Los bailes o fandangos sobre los que su majestad por su real cédula del 25 de octubre me pide que le informe, se reducen a una rueda, la mitad de ella toda de hombres y la otra mitad toda de mujeres, en cuyo centro al son de un tambor y canto de varias coplas a semejanza de lo que se ejecuta en Vizcaya, Galicia, y otras partes de esos reinos, bailan un hombre y una mujer; luego se retiran a la rueda ocupando con la separación apuntada el lugar que les toca, y así sucesivamente alternándose continúan, hasta que les plazca el baile, en el cual no se encuentra   circunstancia alguna torpe o deshonesta, porque ni el hombre se topa con la mujer ni las coplas son indecentes ”[10]

Entre lo sagrado y lo profano se empezó a gestar este espacio de libertad y resistencia que congregaba a los desposeídos, al sustrato del mundo de “ forzados”, como los llama Antonio García de León [11], y quienes durante la colonia se congregaba en torno de los tambores africanos, para olvidar los pesares de su vida cotidiana e  intercambiar  cantos, meneos y golpes de tambor, y fue allí donde empezaron las primeras hibridaciones culturales, y fue ese el espacio que vio nacer la matriz cultural del fandango, la primera forma festiva, musical y dancística creada en América como resultado del intercambio cultural.

El sociólogo colombiano Orlando Fals Borda nos explica La implicación social de esta matriz, de la siguiente manera:


“La naturaleza anti solemne, alegre, franca, directa y ruidosa característica del costeño y de su cultura no es herencia nueva. Viene en buena parte de las celebraciones públicas de fandangos, bundes, farsas, mojigangas, maromas, bolas, boliches y toros que los señores costeños organizaban desde  los tiempos coloniales, así en las villas como en las haciendas y en los más pequeños caseríos y que duraban varios días, con cualquier pretexto: la llegada de un visitante distinguido, el nacimiento de un príncipe, la firma de un tratado de paz, la elección de alcaldes, las 25 fiestas de guarda. Eran celebraciones desordenadas, casi bacanales que, en la práctica no llegaron a armonizar con la prosapia y la rigidez del señorío clásico europeo.[12]



El Fandango espacio para la creación.

Las formas culturales traídas de la península eran copiadas en las colonias, músicas y danzas de los salones de baile de las  cortes europeas eran imitadas por criollos y mestizos, para acceder a un reconocimiento social; vestirse como en España, hablar como en España y danzar como en España era sinónimo de aceptación social en los salones de baile de las urbes coloniales. La juventud criolla adinerada recibía clases de música y danza, impartidas por maestros llegados de España, y  el objetivo era sumar a su instrucción los modales cortesanos. Y mientras tanto… ¿qué pasaba con los mestizos, negros e indígenas? Contamos con los relatos del Gobernador de la provincia de Cartagena, quien nos describe ampliamente estos dos universos:

“Una gran sala de baile, constituida para este objeto, se llenaba todas las noches alternativamente sin invitación nominal. Era sabido y conocido lo siguiente: Baile primero: de señoras, esto es blancas puras llamadas blancas de Castilla. Baile segundo de pardas, en las que se comprendían las mezclas acaneladas de las razas primitivas. Baile tercero de negras libres. Pero se entiende que eran los hombres y las mujeres de las respectivas clases, que ocupaban cierta posición social relativa y que podían vestirse bien, los que concurrían al baile.

…Para la gente pobre, libres y esclavos, pardos, negros, labradores, carboneros, carreteros, pescadores, etc. De pie descalzo, no había salón de baile, ni ellos habrían podido soportar la cortesanía y circunspección que más o menos rígidas se guardan en las reuniones de personas de alguna educación, de todos los colores y razas.

Ellos prefiriendo la libertad natural de su clase, bailaban a cielo descubierto al son del atronador tambor africano, que se toca, esto es que se golpea con las manos sobre el parche y de hombres y mujeres en gran rueda, pareados, pero sueltos sin darse las manos, dando vueltas alrededor de los tamborileros; las mujeres enflorada la cabeza con profusión, lustroso el pelo a fuerza de sebo y empapadas en agua de azahar, acompañaban a su galán en la rueda, balanceándose en cadencia, muy erguidas, mientras el hombre ya haciendo piruetas, dando brincos, ya luciendo su destreza en la cabriola, todo al compás, procuraba caer en gracia a la

melindrosa negrita o zambita, su pareja. Como una docena de mujeres agrupadas junto a los tamborileros los acompañaban en sus redobles, cantando y tocando palmadas, capaces de hinchar en diez minutos las manos de cualesquiera otras que no fueran ellas. Músicos quiero decir manoteadores del tambor, cantarinas, danzantes y bailarinas, cundo se cansaban eran
            relevados, sin etiqueta, por otras; y por rareza la rueda dejaba de dar vueltas, ni dos o tres tambores dejaban de aturdir en toda la noche”[13]

El relato del General Posada Gutiérrez nos adentra en la matriz cultural del fandango, de la primera forma festiva, musical y dancística creada en América, la cual era un espacio abierto y libre para el intercambio y la expresión de las culturas que allí se congregaban, donde la mezcla social y la espontaneidad marcaban la  diferencia entre los dos espacios festivos: el de los rígidos salones de baile, donde el cuerpo era sometido a la rigidez de los modales cortesanos, y el del fandango, dónde el cuerpo y el alma se desataban para comunicarse con su memoria, Y dónde debieron escucharse e intercambiarse muchas coplas.

“El ritmo le viene de bien adentro, es íntimo y corporal, es vivencia y recuerdo al mismo tiempo en un amasijo de sentimientos múltiples trasmutados en música de extraordinaria rítmica. La fuerza oral y la manera de decir la canción en ellas exponen profundas melodías.

Es tanto lo que me gusta
er fandanguillo esijano
que al oír erparmeteo
solita me despampano


La copla anterior pertenece al folclor andaluz, una voz femenina asume la canción donde se alude a las palmas, redoblan en palmas sus cantares para ser fiel a su tradición de hondo salero africano. La región de Andalucía bulle desde el pasado las resonancias africanas en su música.[14]

Lo anterior evidencia una forma de intercambio entre los andaluces y los esclavos africanos, y es interesante examinar como ocurría el intercambio entre los indígenas y los esclavos africanos, en la actividad de los bogas[15] . La navegación por el Río Magdalena se hizo intensiva en la colonia, se hacía en champanes, embarcaciones más grandes que remplazaron a la canoa indígena, y  requerían un mayor número de bogas; esta era necesaria para el traslado de personas y mercancías de la ciudades costeras a las ciudades del interior del país, su práctica diezmo  la población indígena e hizo necesaria la presencia de esclavos que los remplazaran en esta labor, sin embargo, algunos indígenas siguieron actuando como pilotos de las canoas y de los champanes, para adiestrar a los novatos bogas africanos. [16] Estás largas travesías en el rio fueron espacios de aprendizaje intercultural, y los indígenas les enseñaron a conocer el río y su entorno: animales, plantas y productos derivados de estas, y los esclavos empezaron a reconocer en el nuevo mundo elementos que creían olvidados y que les permitirían reconstruir su cultural material y hacer uso de sus saberes ancestrales.

En su Historia doble de la Costa, el sociólogo Orlando Fals Borda recoge el testimonio del viejo zambo tamborero Prudencio Vidales, de 92 años quién había sido boga y le relata lo siguiente:

“… No todo era tan triste en la boga, también nos divertíamos con los cuentos que echábamos y a punta de ron, íbamos cantando coplas y décimas.

… En los puertos dónde había fiestas, que eran y todavía son frecuentes, los bogas nos deteníamos para bailar el bunde, el berroche o el mapalé al son de la gaita o la caña´e millo y con velas en la mano. ”[17]


La multiplicidad de nombres con los que se refieren a los Fandangos, ha hecho que los estudiosos del tema los agrupen en un género que llaman “Fandango de Lenguas”, conocido también como “Bailes Cantados” o Tamboras; en todos los casos se refieren a esta primera forma musical y dancística nacida en América, la cual ha sido transmitida de generación en generación por medio de la tradición oral y presenta similitudes y diferencias según la región dónde se estudie.

El maestro Carlos Franco en la Costa Atlántica, encontró 16 variantes para los fandangos de lenguas,  para la región geográfica que comprende: la depresión momposina, los departamentos de Cesar y Córdoba, las Costas del Norte de Antioquía, la zona del Canal del Dique, San Basilio de Palenque, las riberas del Bajo Magdalena en los departamentos de Bolívar y Magdalena y la Ciénaga Grande, en el Departamento del Magdalena. Estas son: Bullerengue, lumbalú, chalupa, zambapalo, rosario cantao (chuana), tuna, fandango cantao o fandangito, pajarito, baile negro o son de negro, congo, tambora, chandé, berroche, guacherna, mapalé y son corrido.[18]

También hizo un inventario del calendario festivo en el cual estas manifestaciones eran ejecutadas, el cual comprendía todo el año de enero a diciembre, con celebraciones locales, regionales y nacionales de orden religioso, como es el caso de las  Fiestas Patronales, la Virgen de la Candelaria el 2 de febrero, la Virgen del Carmen el 16 de julio y San Martín de Loba el 11 de Noviembre  y Fiestas de guardar, las propias del calendario católico: Pascua, Navidad, Llegada de los Reyes Magos,  Corpus Cristi y fiestas cívicas o conmemorativas del calendario patrio como el 11 de noviembre que es la independencia de Cartagena de Indias o el 20 de julio que es la independencia de Colombia.

Posteriores investigaciones como la del musicólogo Guillermo Carbó han señalado, como dato curioso, el que los nombres de fandango y tambora se refieren no sólo a una modalidad de baile cantado, sino que también nombran así el espacio festivo en el que estos son ejecutados, e inclusive, las agrupaciones que los interpretan y, en el caso de la tambora, a uno de los tambores que ejecutan.[19]

Todo lo anterior nos lleva a proponer que para nuestro territorio, en la Costa Atlántica de Colombia, se construyó la primera matriz intercultural en torno a la ejecución y el baile del  fandango,  la cual incluye lo musical, lo dancístico, lo gastronómico y lo festivo, y todo eso como resultado de un intercambio cultural que fue propiciado por el encuentro de las diferentes culturas, las culturas originarias, las culturas africanas esclavizadas y las culturas de los colonizadores.

Una Danza en contra del tiempo.

El círculo es una constante en la ejecución de la danza del fandango, las parejas rodean el conjunto instrumental, girando siempre en sentido contrario de las agujas del reloj.

Para el investigador William Fortich[20], quien ha estudiado una vertiente del fandango que se generó en los departamentos de Córdoba y Sucre en el Siglo XIX con la llegada  de los instrumentos de viento, y que se conoce como el Fandango Sinuano, existe todo un simbolismo en torno a la danza que está aún por descifrarse.

La antropóloga mexicana Amparo Sevilla enfatiza, cuando nos habla del baile,  afirma que los diseños corporales anotados en el baile responden a patrones de movimiento instituidos socialmente, los cuales contienen códigos que se integran a sistemas normativos y valorativos que otorgan sentido a la experiencia corporal y asignan roles y jerarquías sociales.[21]

Sabemos que quién llama al baile es el tambor, que es la voz de los ancestros de los esclavos venidos de África, y es importante anotar que casi siempre es tocado por hombres, y que su enseñanza va de padres a hijos, tanto para la elaboración de éste, como para la ejecución. El tamborero mayor siempre es una persona que cuenta con un alto grado de reconocimiento social dentro del grupo, es maestro de muchas generaciones, un hombre importante dentro de su comunidad.

Lo mismo sucede con las cantadoras de los fandangos, tamboras y otras variedades de  los bailes cantados, las cantadoras  son de preferencia mujeres, aunque no se restringe la participación de hombres en los coros, la cantadora principal es la mujer de mayor edad y rango social. Este saber también se transmite de madres a hijas, y en las poblaciones de la Costa Atlántica la danza y la música son saberes y prácticas que se comparten con actividades productivas, tales como la agricultura o la preparación y venta de alimentos.
           

“Uno aprende desgranando mazorcas, lavando ropas, o sin hacer nada… - dice la sabia Rosario Berrio Cogollo (bailadora del grupo Palmeras de Urabá)- … de pronto se oye la música y     ¡aja! ,empieza el movimiento y sale la voz”.[22]

En  un fandango, una pareja entra en un ritmo, en un espacio y un tiempo ritual, marcado por el tambor y delimitado por los coros de cantadores, con sus palmas y meneos. El ritmo es mucho más que una construcción temporal, es una forma de comprender el mundo. La comprensión del ritmo es un  proceso complejo, no se trata solamente de dejarse llevar, el ritmo interior del individuo debe conectarse con el ritmo de los instrumentos, bien sea como ritmo acompañante o como ritmo sincopado. Es lo que los músicos llaman tiempo y contratiempo. Una vez que el ejecutante hace esta conexión, el baile se inicia y el bailador puede empezar a transmitir sus emociones.


El tiempo o pulso está relacionado directamente con los latidos de nuestro corazón, mientras que el contratiempo estaría más relacionado con los latidos del corazón materno. El instrumento, en este caso el tambor, nos guía en esta aventura de entrar en el ritmo. Los sincopados ritmos negros se crearon sobre un patrón de movimiento liberador, la danza los liberaba del trabajo impuesto por la esclavitud y es allí donde seguramente este la razón de por qué girar en sentido opuesto a las agujas del reloj, del tiempo del trabajo que siempre va hacia adelante. Se gira en sentido contrario, como si la ejecución  repetida e interminable de la danza les permitiese  devolver el tiempo, trasladarse al tiempo  del origen, al vientre de la madre, de mamá África.

 A manera de conclusión quisiera  insistir en que para el caso de Colombia, el fandango como matriz cultural fue la primera creada en América, a partir de intensos intercambios culturales, sucedidos en su territorio, y dicha matriz cultural es más que danza y música, y comprende, además, un espacio festivo y un tiempo ritual, el cual permitió a los pueblos oprimidos y despojados, resistir y crear.


REFERENCIAS BIBLIOGRAFÍCAS

ANDREELLA FABRIZIO, El cuerpo suspendido, Editorial INBAL, México 2010. ISBN 978-607-605-041-5

BENITEZ FUENTES, EDGARD. Huellas de Africanía en el Bullarengue, la música como resistencia. En Actas del III Congreso Latinoamericano de la Asociación Internacional para el estudio de la Música Popular. http://www.iaspmal.net/wp-content/uploads/2011/10/Benitez.pdf

CARBÓ, GUILLERMO. A ritmo de Tambora, en revista Huellas, Universidad del Norte N° 39 Barranquilla 1993.ISSN 0120-2537

FALS BORDA ORLANDO, Historia Doble de La Costa , Tomo 1 , Carlos Valencia Editores, Bogotá 1979. ISBN 84-8277-032-2

FOUCAULT MICHEL, Historia de la Sexualidad, Tomo I, Editorial Siglo XXI, México, 1977. ISBN 968-23-1735-5

FRANCO MEDINA, CARLOS ARTURO. Bailes cantados de la Costa Atlántica, en Nueva Revista Colombiana de Folclor, Volumen I, N° 2. Tercera Época, 1987. Bogotá, Patronato de Artes y Ciencias. ISSN 0120-8195

FORTICH, WILLIAM, Con Bombos y Platillos, Editorial Multicolor S.A.S Bogotá 1993. ISBN 958-95627-0-1

GALEANO EDUARDO, Memorias del Fuego, Tomo I, edición N° 13, Siglo XXI Editores. México, 1984.ISBN 968-23-1202-7

GARCÍA DE LEON ANTONIO, Fandango el ritual del mundo jarocho a través de los siglos, México Conaculta 2006. ISBN 970-35-1115-5

GUTIÉRREZ S. EDGAR J, Fiesta de la Candelaria en Cartagena de Indias, Editorial Lealon. Medellín 2009.ISBN 978-958-44-4739-5

JASPE GENEROSO, La Candelaria Fiestas y Bailes, Boletín Historial de Cartagena, Año III, N° 22, 1917.

MUÑOZ VELEZ, LUIS ENRIQUE. El Bullerengue ritmo y canto a la vida, en Revista Artesanías de América; Nº 54. Jul, 2003. Cuenca, Ecuador. ISSN 0257-1625

POSADA GUTIÉRREZ, JOAQUÍN. Memorias Histórico –Políticas. Tomo II. Imprenta Nacional Bogotá, 1929.

SEVILLA, AMPARO. Cuerpo y Ciudad: El baile en la era global. Tesina de Maestría en Ciencias Antropológicas, Universidad Autónoma Metropolitana. México D.F. 2000.

VIDAL ORTEGA ANTONINO (2000) “El mundo urbano de negros y mulatos en Cartagena de Indias entre 1580 y 1640 “.  En Revista Historia Caribe. Universidad del Atlántico. Volumen II N° 5, Barranquilla. Septiembre 2000, p.87. ISSN 2322-6889

 


[1]Vidal Ortega Antonino (2000) “El mundo urbano de negros y mulatos en Cartagena de Indias entre 1580 y 1640. Barranquilla. Revista Historia Caribe. Universidad del Atlántico. Volumen II N° 5, Septiembre 2000, p.87.
[2] Ibídem. Vidal Ortega A., 2000, p.88.
[3] Ibídem. Vidal Ortega A., 2000, p.96.
[4] Foucault Michel,Historia de la Sexualidad, Tomo I, Editorial Siglo XXI, México, 1977p.,113
[5] Galeano Eduardo, Memorias del Fuego, Tomo I Los Nacimientos, Editorial Siglo XXI, p.,67
[6] Gutiérrez S. Edgar J, Fiesta de la Candelaria en Cartagena de Indias, Editorial Lealon Medellín 2009, p.,33
[7] Ibídem. Foucault  M, 1997.p,117
[8] Petrarca, Rancesco. De Rimedi de l´una  et l´altra fortuna (1356-1366, en latín), ed. It. Venecia, 1549
[9]Andreella Fabrizio, El cuerpo suspendido, Editorial INBAL, México 2010,p.,20
[10] Jaspe Generoso, La Candelaria Fiestas y Bailes, Boletín Historial de Cartagena, Año III, N° 22, 1917, p.,411
[11] García de Leon Antonio, Fandango el ritual del mundo jarocho a través de los siglos, México CONACULTA     2006, p.,21
[12]  Fals Borda Orlando, Historia Doble de La Costa Tomo 1 , Carlos Valencia Editores, Bogotá 1979, p.,154B.
[13] Posada Gutiérrez, Joaquín. Memorias Histórico –Políticas. Tomo II. Imprenta Nacional Bogotá,1929,
    p.,195-197.
[14] Muñoz Velez, Luis Enrique. El Bullerengue ritmo y canto a la vida, en Revista Artesanías de América; Nº 54. jul-2003, Cuenca, Ecuador. p. 49-76
[15] Boga: El sujeto que rema la canoa.
[16] Ibídem Fals Borda , 1979,  p,  45A
[17] Ibídem , Fals Borda, 1979, p,  48 A
[18] Franco Medina, Carlos Arturo. Bailes cantados de la Costa Atlántica, en Nueva Revista Colombiana de Folclor, Volumen I, Num2 . Tercera Época, 1987. Bogotá , Patronato de Artes y Ciencias.p.,58
[19]Carbó, Guillermo. A ritmo de Tambora, en revista Huellas, Universidad del Norte N° 39 Barranquilla 1993 p.,27
[20] Fortich, William,Con Bombos y Platillos Editorial Multicolor S.A.S Bogotá 1993. p., 23.
[21] Sevilla, Amparo. Cuerpo y Ciudad: El baile en la era global. Tesina de Maestría en Ciencias Antropológicas, Universidad Autónoma Metropolitana. México D.F. 2000.
[22]Benitez Fuentes, Edgard. Huellas de Africanía en el Bullerengue, la música como resistencia. En Actas del III Congreso Latinoamericano de la Asociación Internacional para el estudio de la Música Popular.

No hay comentarios:

Publicar un comentario